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El abuelo Zacarias

El abuelo Zacarias

Hay ciudades que sus calles susurran cuentos a los que por ellas pasan, no todos los pueden escuchar, hay que pasear en silencio...

Una de estas calles susurraba un cuento de Navidad que había ocurrido no muy lejos de allí, en los Alpes, en un pueblecito llamado Zermat. En este lugar vivía desde que había nacido hace... ochenta y seis años, un anciano al que todo el mundo conocía bajo el nombre del abuelo Zacarías”, que desde que tenía 7 años su única ocupación, su gran pasión eran sus ovejas, a las que diariamente sacaba a las montañas.

Ese invierno las nevadas se habían retrasado y apenas quedaba nieve en las cumbres.

El abuelo Zacarías, a pesar de la insistencia de sus vecinos para que vendiese las ovejas y dejase de salir al campo… “ que cualquier día le va a pasar a usted algo”…pero él seguía sin escuchar. Hacía dos años que había localizado en una madriguera a dos lobeznos muertos de frío y de hambre. A la madre loba la habían abatido a tiros unos cazadores, él los recogió sin decir nada a nadie, los crió y cuando estos empezaron a acompañarle con las ovejas, los vecinos se dieron cuenta que eran dos lobos. Los aullidos por la noche amedrentaban al pueblo.

Los animales eran simpáticos y cariñosos. Tantas fueron las protestas y amenazas de los vecinos, que el abuelo no tuvo más remedio que soltarlos en el bosque.

Muchas fueron las lágrimas que derramó el abuelo Zacarías el día que se despidió de ellos.

Las primeras nevadas unos días antes de Navidad empezaron a caer, pero eso no le importaba a Zacarías, que seguía saliendo con sus ovejas. Todos los atardeceres se le veían bajar la cuesta de la gran Mulette y llegar a su casa con las ovejas y sus dos perros.

El día de Navidad salió temprano, como todas las mañanas, hacía frío y había nevado. Llevaba a sus ovejas hacia un hayedo resguardado de la nieve donde todavía se podía ver un pequeño prado lleno hayucos. Al llegar allí, el abuelo Zacarías se sintió indispuesto, no se encontraba bien, se sentó bajo un haya y se dio cuenta de que no podía mover las piernas, se hacía tarde y antes de que entrase la noche, sus ovejas tenían que estar en el pueblo, si no, los lobos acabarían con ellas.

Con gestos y silbidos consiguió que sus dos perros bien amaestrados las condujesen  al pueblo.

Fue un vecino el que primero se dio cuenta que por la cuesta de la gran Mulette, bajaban dos perros y las ovejas, pero no el abuelo Zacarías. En seguida se organizó un revuelo en el pueblo, era el día de Nochebuena y empezaba a nevar.

Nadie se atrevió a salir a buscarlo. Lo harían a la mañana siguiente, dando por hecho que el frío y los lobos acabarían con él.

Mientras tanto y ya con la noche encima, el abuelo Zacarías recostado junto al árbol era consciente, porque ya les sentía , que los lobos hambrientos por un invierno duro, acabarían con él esa noche. Sacó su cuchillo de monte, pensando en defenderse, pero luego desechó la idea, él nunca había matado a ningún perro, ni a ningún lobo, los admiraba. Así que dio gracias por todos los años que había vivido y se dispuso a dejarse llevar, sentía su presencia, los ruidos del bosque y muy cerquita de su cabeza, el aliento y el olor a lobo. Esperaba de un momento a otro un mordisco certero en su cuello y después otros llegarían rápidamente. Cerró los ojos y sintió como una lengua áspera y caliente lamía su cuello, e inmediatamente otra, chupaba su cara y sus manos, eran los dos lobos que él había criado, ellos se habían convertido ahora en jefes de la manada.

A la mañana siguiente cuando los vecinos lo encontraron, se sorprendieron porque estaba en perfectas condiciones, había resistido el frío de la noche, protegido por el calor de sus dos amigos. A su alrededor montones de huellas de la manada. Los vecinos no podían entenderlo.

Unos meses después Zacarías Reinard (el abuelo), fallecía.

Dicen los vecinos de Zermat que el día de Navidad alrededor de su tumba aparecen multitud de huellas de lobo, pero nadie consigue oír ni ver nada…

Jesús CartónTodo bien

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